lunes, 24 de mayo de 2010

Terreno inexplorado.

Se acercaba sigilosamente la media noche, y a la luna apenas le alcanzaba la perspectiva para husmearme los pies con su platinado resplandor. Un tibio vientecillo débil se colaba entre mi cabello, jugueteando con él como si lo confundiera con hojas o con lluvia, desparramándolo cadenciosamente por mis hombros con sinuosos movimientos.

Era un viernes como cualquiera, mi esposa tenía una pequeña reunión familiar a la cual no pude -¿o quise?- asistir pues estaba apenas recuperándome un fuerte resfriado. Para esas horas de la noche acumulaba ya tres horas de extenuante pero exquisita lectura, tenía la vista muy cansada y el trasero aplastado como una vaca, por alguna extraña razón siempre desaparecía el cojincito -deshilachado y viejo, como la humanidad- que ponía en la silla en la que leía. Quizás sería más agradable, y considerablemente menos problemático, colocar un sillón, como me lo sugería insistentemente mi mujer, quien, por cierto, estaba harta de recibir inexorablemente los reclamos por la misteriosa desaparición del aditamento antes mencionado. Pero a pesar de sus reiterados exhortos, y de que la madera me calara hasta los huesos, los tres sabíamos perfectamente que no iba a deshacerme de esa silla que, aunque vieja y dura, era mi inseparable compañera desde la adolescencia, y con la cual había hecho la promesa, de silla a hombre, de que estaríamos juntos toda mi vida. Siendo fiel a lo pactado, al abandonar la casa de mis padres fue, además de mi ropa y mis libros, lo único que decidí llevarme. Sobre ella había llorado solo en mi recamara lamentando mi existencia, había leído decenas de libros, me había apoyado para cambiar las bombillas de mi habitación que se fundían regularmente a causa de la pésima instalación eléctrica de la casa donde transcurrió mi niñez y mi adolescencia, en fin, no era sólo un armazón de madera, era más bien como una especie de representación tangible de mis recuerdos adolecentes, era como si al sentarme sobre la silla sintiera que estaba apoyado sobre todo lo que fui y lo que me hacía ser lo que ahora era, sobre todo lo que aprendí, gocé y sufrí.

Terminé el vigésimo cuarto capitulo de una novela que me tenía sumamente atrapado por esos días, y al detenerme para analizar si debía continuar con el siguiente capitulo, o si sería mejor ir a dormir, un entumecimiento en mi espalda baja y en mis glúteos me indico que seria mejor proseguir después. Me puse de pie y dejé el libro sobre la silla para levantar mis brazos con libertad y estirarme como clavadista a punto de tirarse desde los diez metros -dando giros y giros como esos pequeños gusanitos que se forman en el agua estancada-. Tomé el libro con una mano y la silla en la otra, encaminándome desde la pequeña terraza hasta mi habitación, y después de colocarlos en sus respectivos lugares, que estaban perfectamente definidos, mi almohada y yo nos observamos por un segundo; tenía una atracción indescriptible, y con la suavidad que la caracterizaba, me invitó silenciosamente a rozar nuestras pieles. Cabe mencionar que tenía yo un arraigado sentido de aprecio por objetos inanimados, lo cual les resultaba muy extraño a la mayoría de las personas que estaban al tanto de mi singular atracción. Después de deleitarme unos segundos observado a mi almohada con una fascinación que resultaría absolutamente risible para cualquiera que me observara, me recosté en la cama y la abracé tiernamente, pasándole ambos brazos por debajo. Dentro de mis ilusiones inverosímiles yo tenía la impresión de que a ese pequeño trozo de tela relleno de plumas le encantaba el olor de mi respiración, inhalé profundamente y al exhalar abrí los ojos como esperando alguna reacción, me reí un poco de mi mismo y volví a cerrar los ojos.

Comenzó a hacer un frio que no podía sentirse, pero que notaba en la pesadez del aire. Extrañamente ya no estaba recostado, en algún momento, de esos que pierden efímeramente en el desconocimiento de la comprensión humana, me encontraba descendiendo por una escalera metálica que rechinaba y se sacudía un poco cada vez que apoyaba un pie en el escalón siguiente. Media quizás unos ocho metros desde donde me encontraba, hasta el pequeño pasillo adoquinado en donde se apoyaba la parte inferior de la escalinata. A lo lejos, en el centro de un extenso jardín, unas palomas revoloteaban alrededor de algo que no podía distinguir, giraban y se amontonaban dando aletazos furiosos, picoteándose y desplazándose entre una multicolor nube de plumas, dejando de lado la actitud tan fraternal con la que regularmente se muestran estás aves.

Indiferente a la peculiaridad del entorno y las circunstancias, continué bajando escalón por escalón con un paso lento y pausado, apoyando mi mano derecha sobre el barandal mientras surgía en mí una vaga necesidad por reconocer el lugar, a pesar de hacer un leve esfuerzo mental no pude definir con exactitud donde me encontraba.

Cuando me faltaban ya unos diez o doce escalones para llegar hasta el piso, una mano apretó fuertemente mi antebrazo izquierdo, clavándome las uñas como si quisiera atravesarme la carne. Giré violentamente la cabeza para ver quien era, y con enorme sorpresa, me percate de que la roca donde nos encontrábamos parados estaba a punto de desprenderse y precipitarnos por ese pedregoso acantilado que se clavaba hasta el otro lado del mundo bajo nuestros pies.“No te muevas” le dije, procurando observarlo bien para identificar su rostro. Sin embargo, la piedra se movía cada vez con más fuerza, lo cual suprimió la avidez que sentía por reconocer al sujeto en cuestión. La adrenalina alteró mi ritmo cardiaco a tal punto que sentía que el corazón se me saldría por la boca, y estando consciente del inminentemente riesgo al que me encontraba expuesto, intenté agudizar al máximo mis sentidos para reaccionar de la manera mas oportuna posible para salvar mi vida.

El hombre parecía estar contentísimo pero perturbado, tenía la expresión de quien acaba de recibir la noticia de haber ganado la lotería. Nos quedamos mirando unos segundos en la roca tambaleante sin que ninguno hiciera comentario alguno. De forma repentina, y sin soltarme el brazo, comenzó a caminar hacia atrás sin quitarme su vesánica mirada de encima, yo me resistí intentando zafar mi brazo de sus aprisionantes dedos, pero al no poder conseguirlo y notando que llegaba a la orilla de la roca, lancé un certero puñetazo que impacto directamente en su pómulo derecho. Casi al instante soltó mi brazo y perdió completamente el equilibrio, resbalando por el borde de la roca.

Aturdido y estupefacto, nada pude hacer para ayudarlo, la única reacción que tuve fue casi instintiva; mis manos corrieron hacia mi cara, cubriéndome los ojos para no ver como se iba despedazando en esas filosas rocas que parecían no tener fin, y porque además el sol me pegaba de una manera extremadamente molesta, de frente con su inafrontable refulgencia en la cara.

Sentí que el coche disminuía abruptamente de velocidad y me quité las manos del rostro para ver porque nos deteníamos. Llegamos hasta un pequeño malecón, donde un deteriorado muelle, armado con maderas viejas y disparejas, servía de banca para algunas personas que bebían no sé que cosa en botellas negras y alargadas. La mayoría de ellos movían la boca sin emitir ningún tipo de sonido y hacían ademanes extremadamente exagerados en una conversación muda y que parecía no tener sentido. El viento soplaba esparciendo una fresca brisa por todo el lugar mientras algunas gaviotas planeaban en el cielo gris –no sé en que momento el sol que antes me molestaba la visión desapareció para dar paso a el nuevo y sombrío escenario- armonizadas en una especie de danza aérea de admirable sincronía.

El auto se detuvo por completo y abrí la guantera (que me quedaba justo enfrente por ir en el asiento del copiloto), para buscar algo que no sabía que era, o que era cualquier cosa que estuviera ahí dentro. Un fajo de billetes mojados callo entre mis pies, eran de color verde y estaban sujetos por una liga que se hundía por la tensión y por la humedad del papel, me quedé mirándolos con detenimiento por unos segundos, y después de analizar un poco la situación, me incliné para tomar el dinero con mi mano izquierda. Al levantar la vista de nuevo, Esmeralda y Abraham me estaban llamando desde afuera del auto, “qué esperas, baja ya”, me decían como si tuviéramos prisa por llegar a algún lugar.

Miré mi mano y en lugar de los billetes mojados había un sapo que luchaba desesperadamente con sus viscosas extremidades para liberarse de mis dedos, una repentina sensación de asco me orillo a tomar todo el vuelo posible del que mi brazo disponía dentro del coche, y sin mirar donde caería, lo arroje lo más lejos que pude.

Después de limpiar mi mano, restregándola sobre mi pantalón, en la parte posterior de mi pierna, bajé del auto y caminé hasta el pequeño muro de piedra que estaba justo frente a donde nos habíamos estacionado, me acodé con ambos brazos sobre él para observar el panorama, y como si alguien manejara el tiempo y las circunstancias completamente a su antojo, súbitamente todo se volvió aun mas oscuro y deprimente.

El mar estaba furioso, las olas crujían como un monstruo en agonía y se despedazaban en unas rocas adoloridas que quedaban a unos 5 metros debajo de la barda donde yo estaba apoyado, alcé un poco la vista para mirar el horizonte y pude observar una impresionante hilera de pinos sembrada justo frente a mí. El primero comenzaba a unos cincuenta metros de la costa, mar adentro, y los demás seguían quizás con diez metros de separación el uno del otro, en línea recta hasta perderse en el horizonte.

La peculiar imagen me perturbaba en demasía, pero en el fondo no dejaba de parecerme un escenario magnífico, era extraño y tétrico, pero con un toque de exótica belleza.

Quité mis codos de la barda mirando aún el paisaje y caminé un poco para pasar por el espacio que quedaba entre el frente del auto y el muro donde me había recargado, pero para mi sorpresa ya no pude ver a nadie, estaba completamente solo, ni una persona, ni una gaviota, ni esmeralda ni Abraham, nadie. Estaba solo yo en ese escenario que tenía algo de hermoso, pero que al enfrentarme a mi desolada condición se torno para mí en algo un tanto aterrador.

Abrumadoramente confundido me recargue en el auto sintiendo que la situación comenzaba a desesperarme un poco. Intenté pensar como para recordar donde estaba, quien era o hacia donde iba, pero ya nada había en mi cabeza, no tenía memoria, sólo sabia que estaba solo y que había llegado a ese lugar con dos personas de las cuales únicamente conocía sus nombres.

Mientras intentaba llegar a alguna conclusión que me ayudara a salir de ese lugar, pude percatarme de que el mar se violentaba cada vez más, el sonido de las olas chocando contra las rocas empezó a volverse terriblemente ensordecedor. Todo era muy gris, era como si estuviera actuando en una película de 1930, y como si a la vez pudiera verme desde fuera de mí mismo, era un actor y espectador, aunque de hecho era solo uno, pero no sabía exactamente cual.

De forma inminente un intenso terror me hizo su presa y llegue al límite de mi paciencia y de mi cobardía. Completamente asustado, abrí el coche y quise encenderlo para huir de ahí. No sabía a donde iría, solo quería alejarme de ese lugar que me absorbía de cruel manera las energías y el pensamiento. Me sentí un absoluto desgraciado al percatarme que el vehículo no encendía. Para ese momento el agua ya empezaba a salpicar el parabrisas pues las olas eran cada vez mas altas e iracundas, sentí que era cuestión de minutos para que pasaran por sobre la barda que estaba frente a mí, lo cual mermaba mi capacidad de reacción, ya deporsí bastante deteriorada por el temor que me agobiaba desde hacía un buen rato.

Salí del auto para intentar correr, pero ya no había hacia donde hacerlo. Para corroborar mi teoría de que alguien se estaba burlando de mí, y de que me había convertido en un autómata patéticamente manipulado por fuerzas desconocidas, me di cuenta de que otra vez el entorno se había transformado, ahora me encontraba en una especia de isla, un pequeño cúmulo de tierra que se alzaba apenas unos metros sobre el mar, y en el cual las olas rabiosas se estrellaban como si quisieran tragárselo.

El impávido montículo resistía con valentía las fuertes embestidas de las olas, evidenciando una osadía tal, que hacia enardecer a las sádicas crestas acuosas, impactandolo con tanto odio que me hacia pensar que querían destruirlo por el simple hecho de estarme protegiendo.

Los segundos transcurrían y ahí estaba yo, parado sin saber que hacer, observando, rodeado completamente de agua, de agua turbia y llena de trozos de algo que parecía carne. El desagradable liquido tenía un tono marrón y un espesor que dejaba la tierra grasienta cada vez que una ola chocaba y se retraía, era obvio que la consistencia del agua (si es que aun era agua), también había cambiado. No era así cuando llegué.

En un acto desesperado, al ver que el agua ya comenzaba a ganar terreno a mi pequeña isla salvadora, subí hasta el toldo del auto y me recosté boca abajo mientras las feroces olas merodeaban a mi alrededor. Venían desde lejos y se estrellaban en ese pequeño montón de tierra que no me tendría salvo por mucho tiempo, me aferre fuertemente sobre el borde superior de ambas puertas, quedando de frente a los pinos que había visto al llegar, y para mi infortunio, vi que insoslayablemente mi trágico destino estaba marcado. Una enorme ola se veía venir desde el horizonte, derribando los pinos y quebrándolos ante mi asombro y desconcierto como si fuesen espigas de trigo. La enorme ola se acercaba velozmente hacia mí con un sonido como de mil relámpagos, se acercaba y yo no tenía hacia donde huir, avanzaba sin tregua, haciéndose cada vez mas alta y escarpada, rugiendo con un aterrador sonido de furia oceánica que ninguna otra cosa podría igualar.

Me aferre, sin embargo, con todas mis fuerzas al coche esperando que esa ola se quebrara justo sobre mí, cerré los ojos y escondí la cabeza lo más que pude, clamando piedad al cruel verdugo que me había metido en tal catástrofe. Inexplicablemente mi cuerpo comenzó a sentirse más pesado y sentí que me sumergía en otra realidad, una mano salvadora me sacudía la pierna derecha con cierta desesperación, y en un momento me sentí librado de ese infierno de agua.

-¡Amor, despierta!, otra vez esas estúpidas pesadillas -me decía mi mujer, tendiéndose sobre mi con un abrazo tranquilizador.

Terminé de despertar, boca abajo, con la cara hundida en la almohada y mis manos aferradas fuerte mente en ambos lados del colchón, abrí los ojos por completo y giré el cuerpo llevándome ambas manos al rostro, estaba sudando como un puerco. Esas recurrentes pesadillas realmente me ponían muy mal.

-¿Cómo te fue? -Le pregunté, frotándome los ojos un poco para aclarar mi visión.

-Muy bien, fue divertido, pero estoy realmente cansada, será mejor que te cuente mañana, en este momento lo único que quiero hacer es dormir, amor.

Me moví hacia un costado de la cama aún recordando algunas escenas de ese espantoso sueño, mientras ella se ponía su pijama. Un par de minutos después apagó la luz y se recostó junto a mí. Sentí la tibiedad de su cuerpo pero, al notar que disminuía poco a poco, me percaté de que cruzaba de nuevo esa delgadísima línea que existe entre el mundo real y el mundo de los sueños. Una densa bruma nublaba nuevamente mi visión y en un instante corría siendo perseguido por un par de hombres…

Ahí iba de nuevo, flotando hacia esa enigmática tierra donde todo es posible, donde una realidad alternativa y absurda nos victimiza o nos eleva hasta sublimes expresiones de maravillosa fantasía, a ese lugar donde un artista, cualquiera que sea su disciplina, podría presenciar la mas absoluta variedad de inspiración, donde posiblemente está la fuente del infinito potencial creador que poseemos, pero que solo hemos aprendido a utilizar en una forma indescriptiblemente mediocre. Indudablemente sería bueno empezar a hurgar más por aquellos lugares, en donde, creo yo, mas de uno ha encontrado a su genio interior, a su musa quimérica, a esa fuerza desconocida y magnifica que logra crear situaciones y acontecimientos inimaginables, permitiéndonos traer desde esas extrañas situaciones la esencia de lo máxima expresión de fantasía hacia esta tierra de realidades, de realidades que no son más que simples acuerdos entre nosotros mismos para entendernos y tratar de explicar lo inexplicable, lo incomprensible, eso que en los sueños es algo completamente normal.

Hoy quiero ser feliz.

Esto que escribo no es para ti, es para mí,

para sanarme o torturarme sólo un poco,

para sacar algunas rocas de mi bolso simplemente.


Y ahora ya nada de lo que haga lo haré por ti,

porque las estrellas se avergüenzan de mis actos,

porque me ven arrastrándome y las manos

no les alcanzan para levantarme, es muy triste.


Pero hoy, quizás sólo hoy, quiero ser feliz,

porque yo sí sé que hacerlo es tan fácil como decirlo,

porque este asqueroso melancólico no es tonto,

no tanto como todos creen.


Y hoy voy a mirar mis manos y tu no estarás ahí,

no estaras en el aire que respiro, ni en mis ojos, ni en mi corazón.

Hoy miraré a un anciano y le sonreiré al pasar,

y a las rocas les daré la caricia que jamás recibieron.


Y si te recuerdo y mi rostro lividece,

me compraré un helado y lo comeré sin ti.

Y si el agua de una fuente me susurra tu nombre,

abrazaré a un árbol que me dirá: todo esta bien.


Y hoy seré feliz, tan feliz como cuando estabas tú,

pero ya no quiero hablar de ti, porque hoy,

hoy quiero ser feliz.

domingo, 18 de abril de 2010

Mejor ciego.

Y uno se pudre como la madera mojada, se desvanece con el tiempo,

sin rastros, sin un porque. Es genial que tú nunca pienses en eso,

es hermoso que no te guste mirar para adentro, así es como la gente es feliz.

Pero, ¿Por qué no vienes y me escupes en la cara?,

¿tú no estas triste? No, creo que tú eres como el viento, vas, te desplazas,

haces lo que quieres pero nada sientes, o sientes pero da igual,

aún así te vas, te vas sin mirar lo que has hecho,

lo que hice yo, lo que hicimos.

Ya todo esta bien, corre y busca tus sueños,

yo mientras me arrancaré los ojos, pues al mirar hacia adentro me quemo,

y afuera, afuera ya no estas tú.

lunes, 22 de marzo de 2010

Satíricas estrategias de la muerte.

















Poseída completamente por un miedo endemoniado se mordisqueaba las uñas frenéticamente, y una profunda sensación de vacio se alojaba en su estomago mientras la larga espera dentro de su habitación consumía lentamente todos sus sueños y sus esperanzas. Su rostro lividecía hasta un extremo cadavérico cada vez que la escena de imaginarse perpetrando el acto mas abyecto que realizaría en su vida, y que marcaria su cuerpo y su alma con una cicatriz imborrable y grotesca, se clavaba en su mente como un disparo entrando por entre sus ojos y alojándose en su cerebro con la fuerza devastadora de una bomba atómica.

A cada segundo trascurrido, sentía como se incrementaba la sensación de casi oler la sangre y los fluidos malditos que escaparían de su cuerpo, junto con los dos meses del sufrimiento mas insoportable que una adolecente de quince años puede padecer, y que, aunque le devolverían su vida antes menospreciada y desperdiciada en rebeldías y decisiones estúpidas, le clavarían también una lacerante daga en el fondo de su inerme corazón.

Era un bombardeo de emociones y de pensamientos que nunca antes experimentó, que la sacudían con la furia de un huracán, inundándole la mente con un temor agobiante y acorralador, retumbándole en la cabeza con feroces y estruendosas explosiones de arrepentimiento. Le resultaba extremadamente doloroso reconocer su completa responsabilidad por lo que le sucedía, pero a pesar de todo estaba consiente de que ella misma se había arrancado el corazón del pecho y lo había arrojado contra el piso para bailar una danza fúnebre sobre él.

Sabía también que aunque su madre, afligida y decepcionada hasta el alma, hubiera accedido a ayudarla en esto, jamás volvería a confiar en ella, y jamás de los jamases volvería a considerarla su pequeña princesita, su hermoso retoño inmaculado, su inspiración. Lejos de sentir un alivio al ayudarla, ella misma, su madre, se sentía responsable, y después de esto cómplice también, de un suceso que, al mirarla con sus tiernos y brillantes ojos azules, su vestidito rosa bordado por ella misma, y la inocencia incomparable que un rostro de tres años refleja, jamás imagino.

Con un miedo asfixiante que le carcomía el espíritu, observaba el reloj que colgaba en la pared sobre sus ahora insípidos posters de actores que admiraba e idolatraba, y que en ese momento ya sólo representaban un pasado en el presente, un puñado de papeles que le recordarían las épocas en que su vida se desquebrajo en sus manos, y en que su mente pueril e incauta se atiborro con grises pensamientos y angustias despiadadas.

De pronto, escuchó a su padre toser en el pasillo, acercándose hacia su recamara, inmediatamente se lanzo de bruces bajo la repisa donde ponía sus zapatos fingiendo buscar algo, y sin sacar la cabeza de ahí se despidió de él con un simple “hasta luego papá, que tengas buen viaje”. Él hizo una mueca de desconcierto y correspondió a la fría despedida mientras salía de la habitación con un “cuídate hija, nos vemos pronto”.

Con el cabello alborotado y los ojos vidriosos volvió a sentarse sobre la cama, y al percatarse de que su madre despedía a su padre frente su casa, a punto de tomar el taxi que lo llevaría al aeropuerto, se asomo por la ventana y acaricio el cristal con la yema de los dedos al ver partir el vehículo, como implorando un mudo perdón, como intentando rescatar la hermosa conexión de padre-hija que habían tenido hasta antes de que la culpa la hiciera aislarse de él. Dejó caer los brazos y permaneció unos segundos llorando con la frente pegada al vidrio, recordando nostálgicamente esa infancia tan maravillosa y llena de felicidad que sus padres le habían regalado.

Minutos después, y con un rostro endurecido por la preocupación, su madre entro a la habitación y con un tono tajante le dijo:

-Alístate, nos vamos en diez minutos.

Se puso una chamarra vieja y sujetó su cabello con una pinza de plástico, salió a la sala donde su madre la esperaba ya, y sin más, salieron en el auto rumbo a la clínica donde habían pactado llevar a cabo la acción. Ninguna de las dos dijo una sola palabra durante el trayecto. Ensimismadas, casi estatuas, incrustadas cada una en su respectivo asiento respirando lentamente, petrificadas en una expresión de preocupación terrible, preocupación que brotaba de entre los poros de su piel fría, y que llenaba el interior del vehículo con un melancólico olor a miedo hirviente.

Después de 20 minutos de recorrido, el auto se detuvo frente a lo que parecía un edificio de oficinas privadas, en un callejón situado en una zona tranquila de la cuidad. Estuvieron unos segundos sin decir nada, inmóviles, con la mirada perdida en el horizonte de la calle. Por fin, la madre suspiró y sin mirarla le dijo:

-Baja ya Elena, espero que de verdad esto sea lo mejor, quizá nunca nos perdonare esto, pero tu padre es el hombre más bueno que he conocido en toda mi vida y no se merece padecer lo que has hecho.

- Perdóname mamá, soy una estúpida- dijo la joven mientras se llevaba las manos al rostro húmedo de lágrimas.

-Ahora lo importante es arreglar esto, y que todo esté como antes. Según el doctor, es un procedimiento seguro pero un tanto doloroso. Algo se me ocurrirá para que tu padre no se de cuenta de que estás mal, mientras te recuperas por completo. ¡Vamos, baja ya!.

Descendieron del vehículo y caminaron hacia una puerta blanca que era alumbrada de manera inestable por una lámpara en forma de almeja. La madre tocó el interfono colocado a un costado de la puerta mientras veía a su hija con un sentimiento entre rencor y compasión, entre lastima y asco, un sentimiento tan profundo como indescriptible, tan cruel y tan poderoso que le rebanaba el corazón en mil pedazos.

-¿Quién es?- contestó una voz grave y rígida en el interfono.

-Soy la señora García, tenemos una cita.

- Ah, si, claro, voy enseguida -profirió la misma voz con un tono ya menos áspero.

Esperaron unos segundos afuera bajo el frío invernal que envolvía sus temblorosos cuerpos, una frente a la otra mirándose tristemente, sintiendo cómo un metro de distancia podía convertirse en kilómetros, experimentando la vulnerabilidad que presentamos ante los problemas, percatándose del espantoso poder que tiene el miedo, y de lo indefensos que nos hemos vuelto ante él.

La puerta se abrió y fue apareciendo lentamente la silueta de un hombre regordete y de apariencia desaliñada, cuya figura se iba clarificando mientras salía de entre las penumbras del pasillo. .."Buenas noches", pronunció al mismo tiempo que terminaba de acomodarse el cuello de la percudida bata blanca que parecía haber sido de un hombre mucho más esbelto que él. Extendió el brazo derecho para saludar a la señora García y miró hacia ambos lados de la calle inclinando el cuerpo hacia afuera, asomando un poco la cabeza, como verificando que nadie estuviera viéndolos, volvió a echar el cuerpo para atrás y les indico que pasaran. Elena y su madre se observaron por un segundo, mientras a su vez el doctor escrutaba con una mirada lastimera a la joven sin que ella se diera cuenta. Abrió por completo la puerta pegándose a la pared para dejarlas pasar. Cerró la puerta cuando ya estaban dentro.

Caminaron unos cinco metros por un pasillo oscuro hasta llegar a unas escaleras, que a su vez conducían hasta una puerta entreabierta por la cual se escapaba una tenue luz blancuzca. El medico se adelanto y les indico que lo siguieran, subieron las escaleras y entraron a un consultorio sencillo y no muy grande, donde un escritorio lleno de papeles y envolturas de galletas y otros alimentos era lo mas atractivo a las miradas nerviosas y expectantes de Elena y su madre. Un estetoscopio tirado en el piso cerca del escritorio hizo trastabillar al medico, enredándose entre los torpes movimientos de sus pies, y que de no haber sido por un oportuno anclamiento de su mano izquierda en el borde del escritorio, lo habría precipitado hasta el piso. Situación que en cualquier otro momento hubiera resultado sumamente graciosa, por lo menos para Elena y su madre, pero que dadas la circunstancias desemboco en un incremento descontrolado del nerviosismo que sentían.

Reincorporándose rápidamente, como para pretender disimular el incidente, el doctor dio un par de pasos hasta una gaveta de la cual saco un par de guantes, y empezaba a colocárselos entre estirones de látex y flexiones de dedos a la vez que profería frases tranquilizadoras del tipo: “todo saldrá bien señora”, “he hecho esto muchas veces”, “en un par de semanas ni se van a acordar de esto”.

Elena permanecía parada junto a su madre sin atreverse todavía a mirar a los ojos al medico, sabiendo que había llegado el momento y que no había vuelta atrás, tratando de convencerse que eso realmente era lo mejor y que como decía el doctor, quizás en un par de semanas ya ni se acordarían de lo acontecido, aunque en el fondo ella sabía bien que era sólo una mentira, una tremenda mentira que de nada le serviría creerse.

-Bueno, pues, ha llegado la hora. Señora, creo que seria preferible que esperara aquí, no es una experiencia muy recomendable, de cualquier manera ya tengo todo listo y espero que todo salga bien, tardaré menos de lo que se imagina y podrá irse con su hija a su casa a descansar.

Aunque un poco desconfiada, la madre accedió a esperar en el consultorio mientras el doctor conducía a la chica hasta una pequeña habitación alterna, la señora García acompaño a su hija hasta la puerta de lo que parecía una pequeña sala de operaciones y observo rápidamente como para corroborar que todo estuviera bien.

Entraron, Elena y el medico se vieron por fin a los ojos, la tranquilizo un poco el ver que el tipo parecía ser una buena persona, a pesar de no ser tan estéticamente agradable y de tener una apariencia mas como de carnicero o de taquero insalubre.

-No te explicare las cosas, porque no es necesario, se cual es mi trabajo, simplemente sigue mis instrucciones y en un rato regresaras a tu casa, me imagino que estas nerviosa y que esta situación te hace sentir muy mal, pero ya veras que todo saldrá bien-. Elena simplemente asintió con la cabeza y se limito a seguir instrucciones.

Transcurrió poco más de una hora, la joven recostada en una camilla, la cánula, succiones, sonidos raros, quejidos, dolor, sangre, desmembramientos, lágrimas, frases tranquilizadoras, legrado, mas succión, pensamientos trágicos, más dolor, más sangre. Muerte, vuelta a la vida.

El médico entró al consultorio y dijo a la señora García que había terminado, y que ya podía llevarse a su hija para que durmiera y se recuperara en su casa. Le hizo una receta con nombres de algunos analgésicos y un par de medicamentos más que le ayudarían a sentirse mejor.


Tomó a la chica entre sus brazos y ayudo a la señora García a subirla al vehículo. Elena se veía muy rara, tranquila, pero con la mirada perdida, como si su mente estuviera en otro lado, como si se hubiera quedado en el pequeño quirófano hurgando en la bolsa donde fueron depositados los restos de eso que tantos problemas y sufrimiento le habían causado.


Se despidieron y la señora García agradeció al medico su ayuda y la discreción que prometió guardar. Recostó a Elena en el asiento trasero del auto y se dirigieron a una farmacia para comprar los medicamentos, acto seguido volvieron a casa.

Llevada en brazos por su madre, Elena llego hasta a su habitación, y después de tomar sus medicamentos, fue recostada en su cama. Ambas se veían un poco inquietas, como si tuvieran ganas de decirse muchas cosas, pero después de todo lo que había sucedido la pequeña estaba muy cansada y débil, por lo tanto prefirieron dejar las palabras para después.


-Tienes que descansar, hija, ha sido un día muy pesado, espero que hayamos tomado una buena decisión y que algún día podamos superar esto, a pesar de todo te amo mucho, duerme, si necesitas algo me llamas, hasta mañana -le dio un beso en la frente y salió de la habitación.


Un par de horas después un dolor caliente y agudo la despertó, sentía como si estuviera soñando, completamente mareada, casi no sentía el cuerpo, apenas tuvo fuerza para llevarse la mano al vientre, donde el dolor la torturaba vilmente. Sólo pudo sentir una tibia humedad que la asusto de una manera horrible, intento gritar, pero no pudo conseguirlo, las fuerzas la habian abandonado. En ese preciso momento una densa calma se apodero de ella, y sin se pretender hacer nada más se dejo llevar por esa tranquila agonía.


Al día siguiente su madre entró a la habitación para llevarle su medicamento, la encontró sin vida sobre un charco de sangre que cubría completamente las sabanas. Tomó su pequeña mano ensangrentada y la apretó contra su rostro mientras lloraba desconsolada sobre el borde de la cama, derramando el llanto mas profundo que jamás derramó, lamentando ese cruel suceso que no imaginó y que termino justamente de la peor manera que podía haber terminado.


-¡Excelente, demonios, esta si que estuvo buena! -sentada en la butaca de Elena, parloteaba emocionada la muerte a la vez que aplaudía eufóricamente y giraba su rostro osificado para observar la reacción de los jóvenes que estaban sentados a su alrededor, quienes, para su descontento, no mostraban el mismo interés en la historia.


-Vaya, estos si que no saben apreciar -dijo ofendida la muerte, sin que, obviamente, nadie notara su presencia.
-¡Pero que diantres, que buena me quedo esta vez!, no importa que estos bastardos no sepan apreciar mi talento, estoy complacido, es una lastima que esa joven vaya a morir, y aun peor, que no haya estado para escuchar su futuro -vociferó entre ensordecedoras carcajadas.


-Como pueden darse cuenta jóvenes, el tomar decisiones equivocadas, el no hacernos responsables de nuestras vidas y llevar a cabo acciones inconscientes, puede tener consecuencias muy graves, consecuencias que pueden llevarnos incluso hasta a la muerte, como le sucedió a la joven de la historia que acabo de leerles. Ayer me llego un correo electrónico con esta historia y se me hizo un ejemplo perfecto para que puedan darse cuenta de lo peligroso que puede ser el dejarse llevar por las emociones sin pensar en las consecuencias -dijo la maestra en la clase de educación sexual, frente a los alumnos que se mostraban apáticos y distraídos, indiferentes ante la reflexión que la maestra pretendía infundirles.


Mientras tanto, en un pequeño jardín detrás de los laboratorios de química, Elena y su amiga Karina planeaban junto con sus respectivos novios la reunión donde, sin saberlo, comenzaría la cruel pesadilla que acababa de ser contada en su salón de clases, donde esa tarde de embriaguez y desenfreno sexual concebiría al ser que la arrastraría junto con él hacia los aposentos de la muerte.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Vuelve















Vislumbre en el horizonte de mi confusión,

la silueta de una bella mujer bañada de mil recuerdos,
que estuvo ahí cuando estuve muerto,
inerte, aletargado, presa de deseos inciertos.

Y la indiscreta decepción se apodero de su rostro,
y comprendí con tristeza, lo que para ella ahora soy.
Incipientes emociones que en el fondo reconozco,
pues aunque me partan el alma, se que yo soy el creador.

Una loza de impotencia se ha incrustado aquí en mi mente,
pues por tonto fui a perderte ¡Oh, insoportable dolor ¡.
Ya mis labios se erosionan sin tus besos sabor miel,
y mis brazos no te sienten y se pudren en la hiel,
hiel de la amarga existencia, que el arrepentimiento engendra,
hiel que me indica tu ausencia y la falta de tu amor.

Mas mi espíritu es guerrero, es un osado ladrón,
que esperara con paciencia, que volverá a ser la flor.
La flor que juntos sembramos, la flor que es mi ilusión,
pues perderte fue la muerte de la apatía sin razón,
que dominaba mis actos y de mi vida era dueño,
que termino por ahogarme en tu indeseable desdeño.

Ojos de luna serena, vuelve a mis brazos amor,
o este vacío me hará polvo, me hará perder la razón.
Ojos de luna serena, vuelve a mis brazos amor
o este vacío me hará polvo, me hará perder la razón.

Seré el aura que proteja para siempre nuestras vidas,
y el amigo y el amante, y el bufón para que rías.
Y aunque muera nuevamente, volveré y seré tu esclavo,
pues sin ti seria una estrella grisácea y apagada
que, melancólica, vagaría e iría gritando al universo su dolor.
Ojos de luna serena, piel de canela que arde, vuelve, regresa,
vuelve y verás de que manera puedo y podré amarte.

martes, 9 de febrero de 2010

S-a-p-o













No había tiempo, no había espacio. Éramos sólo un cúmulo de energía mezclada que ardía en el fuego de la pasión desenfrenada e incorpórea, un espectro de luz que irradiaba amor y donde todo era felicidad y placer. Afortunadamente, soy groseramente feo según los estándares de la estética humana, y las de mi especie se conforman con la sola satisfacción de las necesidades fisiológicas propias de nuestra anfibia clasificación, por tanto, mi mente tiene el tiempo suficiente para disfrutar de estas fantasías inverosímiles, de mis relaciones espectrales y sobrenaturales. No saben los príncipes de lo que se pierden al no ser sapos, y desconocen por completo todas las responsabilidades y deberes de las cuales se librarían al ser de mi condición,fuera del círculo social y las relaciones interpersonales. Creo que soy un sapo un poco extraño, pero lo bueno de esto es que yo no tengo que rendirle cuentas a nadie, y "en la mente uno hace lo que se le paga la gana".

sábado, 23 de enero de 2010

Un cadáver en las sombras













Alojado pétreo cuerpo en las penumbras del olvido,

las tinieblas lo abrasaban con su gélido respiro,
yaciendo indolente y áspero, como tronco desvestido,
se perdía su fría mirada en un abismo depresivo.

De aquel claustro tenebroso que clausuro su destino,
brotaba la gris fragancia del hedor a muerto vivo.
Sus brazos dos flores secas que flotaban el piso,
sobre un charco de recuerdos que escapaban con sigilo.

Que de abyectas emociones era adicto y fiel amigo,
murmuraban las penumbras que lo vieron sumergido,
en el llanto lastimero que ahogaba sus añoranzas,
y sus miles de esperanzas fallecidas en el nido.

De su trágica existencia se mostraban los vestigios,
que una noche de catarsis termino como un suicidio.
Y aquel pecho vacio donde cabía el universo,
se lleno de vida fresca que se tragaba los restos.

Lúgubre y salvaje escena que jamás olvidaran,
aquellas pesadas sombras que observaron lo ocurrido,
que aunque lo clamen llorando en su cruel eternidad,
la marca de ese hombre muerto no la borraran jamás.