lunes, 24 de mayo de 2010

Terreno inexplorado.

Se acercaba sigilosamente la media noche, y a la luna apenas le alcanzaba la perspectiva para husmearme los pies con su platinado resplandor. Un tibio vientecillo débil se colaba entre mi cabello, jugueteando con él como si lo confundiera con hojas o con lluvia, desparramándolo cadenciosamente por mis hombros con sinuosos movimientos.

Era un viernes como cualquiera, mi esposa tenía una pequeña reunión familiar a la cual no pude -¿o quise?- asistir pues estaba apenas recuperándome un fuerte resfriado. Para esas horas de la noche acumulaba ya tres horas de extenuante pero exquisita lectura, tenía la vista muy cansada y el trasero aplastado como una vaca, por alguna extraña razón siempre desaparecía el cojincito -deshilachado y viejo, como la humanidad- que ponía en la silla en la que leía. Quizás sería más agradable, y considerablemente menos problemático, colocar un sillón, como me lo sugería insistentemente mi mujer, quien, por cierto, estaba harta de recibir inexorablemente los reclamos por la misteriosa desaparición del aditamento antes mencionado. Pero a pesar de sus reiterados exhortos, y de que la madera me calara hasta los huesos, los tres sabíamos perfectamente que no iba a deshacerme de esa silla que, aunque vieja y dura, era mi inseparable compañera desde la adolescencia, y con la cual había hecho la promesa, de silla a hombre, de que estaríamos juntos toda mi vida. Siendo fiel a lo pactado, al abandonar la casa de mis padres fue, además de mi ropa y mis libros, lo único que decidí llevarme. Sobre ella había llorado solo en mi recamara lamentando mi existencia, había leído decenas de libros, me había apoyado para cambiar las bombillas de mi habitación que se fundían regularmente a causa de la pésima instalación eléctrica de la casa donde transcurrió mi niñez y mi adolescencia, en fin, no era sólo un armazón de madera, era más bien como una especie de representación tangible de mis recuerdos adolecentes, era como si al sentarme sobre la silla sintiera que estaba apoyado sobre todo lo que fui y lo que me hacía ser lo que ahora era, sobre todo lo que aprendí, gocé y sufrí.

Terminé el vigésimo cuarto capitulo de una novela que me tenía sumamente atrapado por esos días, y al detenerme para analizar si debía continuar con el siguiente capitulo, o si sería mejor ir a dormir, un entumecimiento en mi espalda baja y en mis glúteos me indico que seria mejor proseguir después. Me puse de pie y dejé el libro sobre la silla para levantar mis brazos con libertad y estirarme como clavadista a punto de tirarse desde los diez metros -dando giros y giros como esos pequeños gusanitos que se forman en el agua estancada-. Tomé el libro con una mano y la silla en la otra, encaminándome desde la pequeña terraza hasta mi habitación, y después de colocarlos en sus respectivos lugares, que estaban perfectamente definidos, mi almohada y yo nos observamos por un segundo; tenía una atracción indescriptible, y con la suavidad que la caracterizaba, me invitó silenciosamente a rozar nuestras pieles. Cabe mencionar que tenía yo un arraigado sentido de aprecio por objetos inanimados, lo cual les resultaba muy extraño a la mayoría de las personas que estaban al tanto de mi singular atracción. Después de deleitarme unos segundos observado a mi almohada con una fascinación que resultaría absolutamente risible para cualquiera que me observara, me recosté en la cama y la abracé tiernamente, pasándole ambos brazos por debajo. Dentro de mis ilusiones inverosímiles yo tenía la impresión de que a ese pequeño trozo de tela relleno de plumas le encantaba el olor de mi respiración, inhalé profundamente y al exhalar abrí los ojos como esperando alguna reacción, me reí un poco de mi mismo y volví a cerrar los ojos.

Comenzó a hacer un frio que no podía sentirse, pero que notaba en la pesadez del aire. Extrañamente ya no estaba recostado, en algún momento, de esos que pierden efímeramente en el desconocimiento de la comprensión humana, me encontraba descendiendo por una escalera metálica que rechinaba y se sacudía un poco cada vez que apoyaba un pie en el escalón siguiente. Media quizás unos ocho metros desde donde me encontraba, hasta el pequeño pasillo adoquinado en donde se apoyaba la parte inferior de la escalinata. A lo lejos, en el centro de un extenso jardín, unas palomas revoloteaban alrededor de algo que no podía distinguir, giraban y se amontonaban dando aletazos furiosos, picoteándose y desplazándose entre una multicolor nube de plumas, dejando de lado la actitud tan fraternal con la que regularmente se muestran estás aves.

Indiferente a la peculiaridad del entorno y las circunstancias, continué bajando escalón por escalón con un paso lento y pausado, apoyando mi mano derecha sobre el barandal mientras surgía en mí una vaga necesidad por reconocer el lugar, a pesar de hacer un leve esfuerzo mental no pude definir con exactitud donde me encontraba.

Cuando me faltaban ya unos diez o doce escalones para llegar hasta el piso, una mano apretó fuertemente mi antebrazo izquierdo, clavándome las uñas como si quisiera atravesarme la carne. Giré violentamente la cabeza para ver quien era, y con enorme sorpresa, me percate de que la roca donde nos encontrábamos parados estaba a punto de desprenderse y precipitarnos por ese pedregoso acantilado que se clavaba hasta el otro lado del mundo bajo nuestros pies.“No te muevas” le dije, procurando observarlo bien para identificar su rostro. Sin embargo, la piedra se movía cada vez con más fuerza, lo cual suprimió la avidez que sentía por reconocer al sujeto en cuestión. La adrenalina alteró mi ritmo cardiaco a tal punto que sentía que el corazón se me saldría por la boca, y estando consciente del inminentemente riesgo al que me encontraba expuesto, intenté agudizar al máximo mis sentidos para reaccionar de la manera mas oportuna posible para salvar mi vida.

El hombre parecía estar contentísimo pero perturbado, tenía la expresión de quien acaba de recibir la noticia de haber ganado la lotería. Nos quedamos mirando unos segundos en la roca tambaleante sin que ninguno hiciera comentario alguno. De forma repentina, y sin soltarme el brazo, comenzó a caminar hacia atrás sin quitarme su vesánica mirada de encima, yo me resistí intentando zafar mi brazo de sus aprisionantes dedos, pero al no poder conseguirlo y notando que llegaba a la orilla de la roca, lancé un certero puñetazo que impacto directamente en su pómulo derecho. Casi al instante soltó mi brazo y perdió completamente el equilibrio, resbalando por el borde de la roca.

Aturdido y estupefacto, nada pude hacer para ayudarlo, la única reacción que tuve fue casi instintiva; mis manos corrieron hacia mi cara, cubriéndome los ojos para no ver como se iba despedazando en esas filosas rocas que parecían no tener fin, y porque además el sol me pegaba de una manera extremadamente molesta, de frente con su inafrontable refulgencia en la cara.

Sentí que el coche disminuía abruptamente de velocidad y me quité las manos del rostro para ver porque nos deteníamos. Llegamos hasta un pequeño malecón, donde un deteriorado muelle, armado con maderas viejas y disparejas, servía de banca para algunas personas que bebían no sé que cosa en botellas negras y alargadas. La mayoría de ellos movían la boca sin emitir ningún tipo de sonido y hacían ademanes extremadamente exagerados en una conversación muda y que parecía no tener sentido. El viento soplaba esparciendo una fresca brisa por todo el lugar mientras algunas gaviotas planeaban en el cielo gris –no sé en que momento el sol que antes me molestaba la visión desapareció para dar paso a el nuevo y sombrío escenario- armonizadas en una especie de danza aérea de admirable sincronía.

El auto se detuvo por completo y abrí la guantera (que me quedaba justo enfrente por ir en el asiento del copiloto), para buscar algo que no sabía que era, o que era cualquier cosa que estuviera ahí dentro. Un fajo de billetes mojados callo entre mis pies, eran de color verde y estaban sujetos por una liga que se hundía por la tensión y por la humedad del papel, me quedé mirándolos con detenimiento por unos segundos, y después de analizar un poco la situación, me incliné para tomar el dinero con mi mano izquierda. Al levantar la vista de nuevo, Esmeralda y Abraham me estaban llamando desde afuera del auto, “qué esperas, baja ya”, me decían como si tuviéramos prisa por llegar a algún lugar.

Miré mi mano y en lugar de los billetes mojados había un sapo que luchaba desesperadamente con sus viscosas extremidades para liberarse de mis dedos, una repentina sensación de asco me orillo a tomar todo el vuelo posible del que mi brazo disponía dentro del coche, y sin mirar donde caería, lo arroje lo más lejos que pude.

Después de limpiar mi mano, restregándola sobre mi pantalón, en la parte posterior de mi pierna, bajé del auto y caminé hasta el pequeño muro de piedra que estaba justo frente a donde nos habíamos estacionado, me acodé con ambos brazos sobre él para observar el panorama, y como si alguien manejara el tiempo y las circunstancias completamente a su antojo, súbitamente todo se volvió aun mas oscuro y deprimente.

El mar estaba furioso, las olas crujían como un monstruo en agonía y se despedazaban en unas rocas adoloridas que quedaban a unos 5 metros debajo de la barda donde yo estaba apoyado, alcé un poco la vista para mirar el horizonte y pude observar una impresionante hilera de pinos sembrada justo frente a mí. El primero comenzaba a unos cincuenta metros de la costa, mar adentro, y los demás seguían quizás con diez metros de separación el uno del otro, en línea recta hasta perderse en el horizonte.

La peculiar imagen me perturbaba en demasía, pero en el fondo no dejaba de parecerme un escenario magnífico, era extraño y tétrico, pero con un toque de exótica belleza.

Quité mis codos de la barda mirando aún el paisaje y caminé un poco para pasar por el espacio que quedaba entre el frente del auto y el muro donde me había recargado, pero para mi sorpresa ya no pude ver a nadie, estaba completamente solo, ni una persona, ni una gaviota, ni esmeralda ni Abraham, nadie. Estaba solo yo en ese escenario que tenía algo de hermoso, pero que al enfrentarme a mi desolada condición se torno para mí en algo un tanto aterrador.

Abrumadoramente confundido me recargue en el auto sintiendo que la situación comenzaba a desesperarme un poco. Intenté pensar como para recordar donde estaba, quien era o hacia donde iba, pero ya nada había en mi cabeza, no tenía memoria, sólo sabia que estaba solo y que había llegado a ese lugar con dos personas de las cuales únicamente conocía sus nombres.

Mientras intentaba llegar a alguna conclusión que me ayudara a salir de ese lugar, pude percatarme de que el mar se violentaba cada vez más, el sonido de las olas chocando contra las rocas empezó a volverse terriblemente ensordecedor. Todo era muy gris, era como si estuviera actuando en una película de 1930, y como si a la vez pudiera verme desde fuera de mí mismo, era un actor y espectador, aunque de hecho era solo uno, pero no sabía exactamente cual.

De forma inminente un intenso terror me hizo su presa y llegue al límite de mi paciencia y de mi cobardía. Completamente asustado, abrí el coche y quise encenderlo para huir de ahí. No sabía a donde iría, solo quería alejarme de ese lugar que me absorbía de cruel manera las energías y el pensamiento. Me sentí un absoluto desgraciado al percatarme que el vehículo no encendía. Para ese momento el agua ya empezaba a salpicar el parabrisas pues las olas eran cada vez mas altas e iracundas, sentí que era cuestión de minutos para que pasaran por sobre la barda que estaba frente a mí, lo cual mermaba mi capacidad de reacción, ya deporsí bastante deteriorada por el temor que me agobiaba desde hacía un buen rato.

Salí del auto para intentar correr, pero ya no había hacia donde hacerlo. Para corroborar mi teoría de que alguien se estaba burlando de mí, y de que me había convertido en un autómata patéticamente manipulado por fuerzas desconocidas, me di cuenta de que otra vez el entorno se había transformado, ahora me encontraba en una especia de isla, un pequeño cúmulo de tierra que se alzaba apenas unos metros sobre el mar, y en el cual las olas rabiosas se estrellaban como si quisieran tragárselo.

El impávido montículo resistía con valentía las fuertes embestidas de las olas, evidenciando una osadía tal, que hacia enardecer a las sádicas crestas acuosas, impactandolo con tanto odio que me hacia pensar que querían destruirlo por el simple hecho de estarme protegiendo.

Los segundos transcurrían y ahí estaba yo, parado sin saber que hacer, observando, rodeado completamente de agua, de agua turbia y llena de trozos de algo que parecía carne. El desagradable liquido tenía un tono marrón y un espesor que dejaba la tierra grasienta cada vez que una ola chocaba y se retraía, era obvio que la consistencia del agua (si es que aun era agua), también había cambiado. No era así cuando llegué.

En un acto desesperado, al ver que el agua ya comenzaba a ganar terreno a mi pequeña isla salvadora, subí hasta el toldo del auto y me recosté boca abajo mientras las feroces olas merodeaban a mi alrededor. Venían desde lejos y se estrellaban en ese pequeño montón de tierra que no me tendría salvo por mucho tiempo, me aferre fuertemente sobre el borde superior de ambas puertas, quedando de frente a los pinos que había visto al llegar, y para mi infortunio, vi que insoslayablemente mi trágico destino estaba marcado. Una enorme ola se veía venir desde el horizonte, derribando los pinos y quebrándolos ante mi asombro y desconcierto como si fuesen espigas de trigo. La enorme ola se acercaba velozmente hacia mí con un sonido como de mil relámpagos, se acercaba y yo no tenía hacia donde huir, avanzaba sin tregua, haciéndose cada vez mas alta y escarpada, rugiendo con un aterrador sonido de furia oceánica que ninguna otra cosa podría igualar.

Me aferre, sin embargo, con todas mis fuerzas al coche esperando que esa ola se quebrara justo sobre mí, cerré los ojos y escondí la cabeza lo más que pude, clamando piedad al cruel verdugo que me había metido en tal catástrofe. Inexplicablemente mi cuerpo comenzó a sentirse más pesado y sentí que me sumergía en otra realidad, una mano salvadora me sacudía la pierna derecha con cierta desesperación, y en un momento me sentí librado de ese infierno de agua.

-¡Amor, despierta!, otra vez esas estúpidas pesadillas -me decía mi mujer, tendiéndose sobre mi con un abrazo tranquilizador.

Terminé de despertar, boca abajo, con la cara hundida en la almohada y mis manos aferradas fuerte mente en ambos lados del colchón, abrí los ojos por completo y giré el cuerpo llevándome ambas manos al rostro, estaba sudando como un puerco. Esas recurrentes pesadillas realmente me ponían muy mal.

-¿Cómo te fue? -Le pregunté, frotándome los ojos un poco para aclarar mi visión.

-Muy bien, fue divertido, pero estoy realmente cansada, será mejor que te cuente mañana, en este momento lo único que quiero hacer es dormir, amor.

Me moví hacia un costado de la cama aún recordando algunas escenas de ese espantoso sueño, mientras ella se ponía su pijama. Un par de minutos después apagó la luz y se recostó junto a mí. Sentí la tibiedad de su cuerpo pero, al notar que disminuía poco a poco, me percaté de que cruzaba de nuevo esa delgadísima línea que existe entre el mundo real y el mundo de los sueños. Una densa bruma nublaba nuevamente mi visión y en un instante corría siendo perseguido por un par de hombres…

Ahí iba de nuevo, flotando hacia esa enigmática tierra donde todo es posible, donde una realidad alternativa y absurda nos victimiza o nos eleva hasta sublimes expresiones de maravillosa fantasía, a ese lugar donde un artista, cualquiera que sea su disciplina, podría presenciar la mas absoluta variedad de inspiración, donde posiblemente está la fuente del infinito potencial creador que poseemos, pero que solo hemos aprendido a utilizar en una forma indescriptiblemente mediocre. Indudablemente sería bueno empezar a hurgar más por aquellos lugares, en donde, creo yo, mas de uno ha encontrado a su genio interior, a su musa quimérica, a esa fuerza desconocida y magnifica que logra crear situaciones y acontecimientos inimaginables, permitiéndonos traer desde esas extrañas situaciones la esencia de lo máxima expresión de fantasía hacia esta tierra de realidades, de realidades que no son más que simples acuerdos entre nosotros mismos para entendernos y tratar de explicar lo inexplicable, lo incomprensible, eso que en los sueños es algo completamente normal.

1 comentario:

  1. Hola, caballero... Aquí en el eco del otro lado... Observando un cuento que plasma tres conceptos importantes a mi parecer; sueño, real, realidad-realidades y agregaría una más que es la irrealidad. Los cuales forman parte del cuestionamiento actual en la sociedad, lo vemos explicado por Baudrillard en el crimen perfecto. Encontramos un apego los objetos, nada mas falto que fuera rojo, dicen que todas las sillas o sofás en la literatura son rojos, así que lo imagine rojo al igual que imagine mi almohada que me traje al Df. Se logran muy bien esas dos imágenes. Un lugar de comodidad (silla) y almohada donde parecería que guarda o produce sueños, y si no lo hace de mínimo reposan ahí. La explicación del final me suena sumamente racional, así que me hace pensar que está muy bien pensado, ¿Acaso sabía como terminaría o es una crítica a la realidad compartida de masas? Me agrado, me agrado 

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